Cuando me preguntan por qué elegí Valencia para aprender español, mi respuesta siempre es la misma: la intuición. Y, para ser honesto, también el sol y las fotos de la playa. Pero lo que empezó como una decisión impulsiva se convirtió en una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida.
Llegué a Valencia con un nivel de español… digamos, de supervivencia. Podía pedir un café y decir \»hola\», pero más allá de eso, mi vocabulario se limitaba a frases de un libro de texto. La idea de hablar con nativos me aterrorizaba. Los primeros días fueron un torbellino de emociones: la luz del atardecer en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el olor a naranjo en las calles, y el constante zumbido del español por todas partes. Todo era nuevo, emocionante y un poco intimidante.
Learn Spanish abroad: La escuela y las calles fueron mi aula de verdad
En la escuela, las clases eran intensivas, pero muy dinámicas. Nuestros profesores no solo nos enseñaban gramática, sino que nos contaban historias sobre la cultura valenciana, nos recomendaban bares de tapas y nos animaban a lanzarnos a hablar. Recuerdo la primera vez que entendí un chiste en clase. Fue un momento de pura alegría.
Pero la verdadera lección no estaba en el aula, sino afuera. Valencia es una ciudad que te invita a vivirla en la calle. Mi rutina diaria se convirtió en una inmersión total:
- El desayuno: Cada mañana, pedía un café con leche y una tostada con tomate en la misma cafetería. Al principio, lo hacía señalando y con un español torpe. Con el tiempo, empecé a charlar un poco con el dueño, un señor mayor con una sonrisa amable. Esas conversaciones cortas fueron mi práctica diaria.
- El mercado: Ir al Mercado Central era mi clase de vocabulario favorita. Cada puesto de frutas, quesos y pescado era una oportunidad para aprender palabras nuevas. Los vendedores siempre tenían paciencia para explicarme la diferencia entre \»mandarinas\» y \»naranjas\» o para enseñarme cómo se pedía un \»kilo de tomates\».
- La hora de la comida: La siesta es una leyenda, pero la paella es una realidad. Descubrir los sabores de una auténtica paella valenciana en un restaurante de la playa de la Malvarrosa, rodeado de familias y amigos que hablaban español a toda velocidad, fue una experiencia de aprendizaje sensorial. Aprendí a entender el ritmo de la conversación, la forma en que se interrumpen, la pasión con la que hablan.
- Las Fallas: Si hay algo que me ayudó a entender el alma de Valencia, fueron las Fallas. Aunque se celebra en marzo, la ciudad vive con ese espíritu todo el año. La música, los castillos de fuegos artificiales, los gigantes de cartón. Me costaba entender todo, pero ver la pasión en los rostros de la gente me hizo conectar con el idioma de una forma que un libro de gramática nunca podría.
De estudiante a local: El verdadero progreso
No fue un camino fácil. Hubo días de frustración en los que no entendía a nadie y me sentía solo. Pero cada pequeña victoria me empujaba a seguir: la primera vez que me perdí y fui capaz de preguntar por una dirección y entender la respuesta, la primera conversación de más de cinco minutos con un amigo español que conocí en un bar, o la vez que pude ver una película en español sin subtítulos y captar la mayoría del diálogo.
Aprender español en Valencia no fue solo adquirir un nuevo idioma. Fue aprender a vivir de una manera diferente. A disfrutar de las pequeñas cosas, a tomarme la vida con más calma, a apreciar la importancia de la comunidad. Valencia no solo me enseñó a hablar español; me enseñó a vivir como un valenciano. Y por eso, siempre le estaré agradecido.
